
Era una familia increíble. Nunca se había visto algo parecido en otro lugar, algo tan obvio y espantoso. La madre era la personificación del sufrimiento y el padre era a su vez dolor.
El primer hijo era sufrimiento, el último dolor como la nieta. La abuela dolor y su esposo sufrimiento. Los tíos eran dolor y las tías sufrimiento. Las primas dolor y los sobrinos sufrimiento.
Un grupo de personas que no eran conscientes de este fenómeno, porque como su drama era una costumbre y comprensible por las circunstancias cotidianas, nadie se daba cuenta que eran prisioneros de este sufrir. Además, había muchas otras familias parecidas con otras variaciones y la sociedad no les daba mucha atención.
Las noticias políticas, desastres de la naturaleza, escándalos sociales y destinos terribles personales eran su lenguaje y eso era de “la humanidad”.
Un día, en este siglo, el hijo dolor se había lastimado su hombro y pierna, jugando básquet y tenía mucho dolor, la condición dolor, que conocía desde que había nacido. Lo que le causaba y dolor eran mayormente accidentes y cada accidente tenía su historia, su revelación y su explicación. Y también su triste consecuencia, visible e invisible por los demás. Alguna vez y otra ya había pasado por operaciones, cortando, modificando y alineando a partes disfuncionales de su propia carrocería, como si fuera el ser humano un mecanismo y no un espíritu sabio en un cuerpo sagrado, que puede aprender de sí mismo, escucharse y cuidarse.
Era el menos preocupante y su destino era el más fugaz, su hermano mayor, que no sabía cómo salir de su negatividad mental, se potenciaba en las fases en las cuales sufría de depresiones. Para él se había seleccionado varias clínicas de tratamiento para su internación. En comparación con el hermano menor que solamente se le prestaba una solución pragmática para los dolores alarmantes y seguidos que tenía. Al final eran fenómenos fugaces, venían, se iban y ya llegaban otros, como siendo fieles a un sistema de dolor y sufrimiento, que él sostenía con sus creencias inconsciente.
Era una familia de mucha solidaridad, una conglomeración de personas creativas, inventores de una realidad que escogían experimentar. Lastimosamente eran inventos del mundo de la sombra. Una idea era verlos moviéndose como en un tráfico de semáforos, de luz roja, que significaba, “estoy fuera de funcionamiento por el momento”, después la luz amarilla que decía “me aguanto un tiempo más”. Podía ser por días, semanas o años que alguien se encontraba en esta luz. Y algunos que señalaban luz verde, eran “los salvadores que se sacrificaban a trabajar y ayudar”.
Curiosamente ellos igualmente padecían del hábito de quejarse un poco de sí mismos, de sus insuficiencias o de las malas voluntades de los demás, mayormente estaban acostumbrados a reclamar por las circunstancias desfavorables y por esta razón decidían colocarse de un momento al otro en este juego de luces: amarillo o rojo.
El hijo menor tenía la facultad de ver los colores de los semáforos, porque él había inventado este sistema. Pero era su secreto. Él quería investigar más para salir de aquella hechicería familiar. Decidió estudiar el propio caso y al caso de su hija, la nieta-dolor, que lloraba frecuentemente de dolor y le causaba dolor en el oído y más que todo dolor en su alma.
Su nieta dolor había decidido disfrazarse aquel día, en el cual él comprendió como salir de su destino. Este día en el cual sufría de dolor de garganta. Ella, se había vestido de telares de seda morados, transparentes con un sombrero de punta inclinada, un sombrero de magas del mismo color. Como hada había invitado a varios seres transparentes y no sabía que su padre era su testigo de su juego infantil.
Hablaba con voz alta, ya que lo seres invitados estaban atentos a lo que ella tenía que comunicarles. Con autoridad comenzaba a su relato:
“Yo soy una hada y ustedes son mis amigos. Tengo un poder extraordinario que en mi familia de hadas todos tenemos de más o de menos fuerza. A veces alguien de nosotros lo tiene para un día o un mes y después se da cuenta que la intensidad las siguientes semanas se disminuye un poco. Pero, mis queridos amigos, pónganse atentos, este poder nunca se va. El poder crea torbellinos de humo que provocan estornudos y después de mover la energía mágica que se necesita para nuestra cocina de vida encantadora, desparecen los remolinos y dejan una huella de polvo de estrellas. Y el remolina cambia las cosas. Lo que no estaba en su lugar vuelve a donde pertenece.
Ahora escuchen la parte más importante, amigos de mi vida encantada. A este remolino le puedes pedir que pase por tu interior, que haga magia dentro de ti. Y nadie ve lo que hace cuando te cambia por total. Solamente tú lo sientes y tienes este poder que buscas afuera. Y con este poder te vuelves hada. Tu vida será más fácil, porque tu estas encendida y feliz, sabes que hacer y qué hablar. ¡Pase lo que pase, el remolino en ti es la varita mágica en sí misma, que siempre sabe cómo comportarse!”
Miro a los ojos de cada uno y sonrió, reverenciándose a su mundo.
Las siguientes semanas su padre puso en práctica el ejercicio del remolino, cada vez que sentía dolor lo dejaba pasar dentro de él, y era lo que había profesado su hija. Sintió el poder dentro, sintió que sí cambiaba la energía.
Observando sus accidentes, se puso como meta tratar de estar atento a lo que le sucedía antes que le pasara lo mismo. Y así aprendío a darse cuenta, poco a poco, qué condiciones había y lo que acumulaba, el desequilibrio hasta acontecía. Con esta mirada consciente, encontró más y más comprensión de la situación, pedía al remolino antes que suceda el próximo accidente, organizar lo confuso, limpiar lo perturbado, equilibrar lo tenso y todo lo que hallaba. El remolino lo obedecía y juntos se desarrollaban como maestros.
Logró desarmarse de la costumbre del dolor y volver al mundo mágico poderoso, adentro de nosotros y encontrar allá un lugar de potencial. Se sintió más joven, sin ser orgulloso. Más bien le habitaba una esperanza invencible. Sus padres comenzaban a tenerle más confianza.
Se preocupaban menos de sus dolores porque ya no tenía tantos accidentes, ni se quejaba tanto. Su llamada de atención con algo problemático se convirtió en una llamada de atención hacia lo constructivo, la confianza, el disfrute. Con el optimismo y la sabiduría nueva del hijo creían que su hijo había aprendido algo valioso.
La nieta seguía hablando con sus amigos, sin otro evento que incluía la presencia de su padre. Su nuevo descubrimiento era el símbolo infinito que aplicaba en los rayos llegando del origen, pasando por la línea hereditaria hasta ella. Ella activaba a este “ocho horizontal” en el rayo dorado dentro de su centro de ser y su centro de voluntad para cambiar en su eje personal al destino familiar. Enseñándolos a sus amigos la efectividad de este cambio de energía, ellos eran testigos de las transformaciones diarias en su familia presente y por supuesto confiaban también elevando las energías de sus antepasados. Era una niña increíble, creativa, valiente y llena de fe. Sus propios dolores eran la razón por el cual ella había decidido tomar este nuevo camino mágico y poderoso. Nada y nadie podía influenciarla para jalarla a un mundo de dramas y crisis, eso no era más su área de responsabilidad. Había cambiado completamente la visión, sin hablar con nadie, sin comentar nada, solamente siguiendo a su intuición y confiando en su pureza.
De un modo era un poco contagioso este ambiente positivo y liviano. En la casa había más abrazos. El lazo de amor crecía, ya que cada uno se preocupaba menos de sus propios problemas. Una liberación grupal había sucedido, un otro comprender y otro compartir.
La vida les enseñó que hay un lugar, que realmente existe, donde se comparte el cariño y reside la paz. El padre tenía más claridad, su hija se seguía alimentando de su mundo mágico. Todos estaban procurando expresarse de su mejor manera, con unas ganas de vivir lo bueno, y de realizarse plenamente.
La familia comenzaba a tener cada vez menos sufrimiento y más ideas de cómo seguir sus propósitos y a vivir sus vocaciones.
El hijo recordaba en su corazón que estaba sostenido de lo bueno. Y cuando veía alguien que lo olvidaba o dudaba, dejaba pasar a su remolino a mover esta cuestión y en poco tiempo se recuperaba la coherencia personal y el bienestar simultáneo.
Fue significativa la disminución del dolor y las cargas que ellos tenían, lo que más les importaba era los demás y el bien de su tribu. Mientras más se entregaban a ayudar y a crear lo bueno en su entorno, había menos dolor, menos sufrimiento. Era un circulo virtuoso, un remolino de armonía.
¡Realmente, era una familia increíble, una familia de mucha solidaridad!